

La agricultura es muy diversa y está estrechamente vinculada a las muchas variedades de climas y ecosistemas del país. La producción de cereales es muy importante, pues representa la base de la alimentación de la población, y con ellos se preparan panes y sopas como la “asida”, elaborada con cebada que, junto con el trigo, son los más extendidos. Ahí donde la pluviometría es más escasa, lo que dificulta la producción del trigo y la cebada porque son más exigentes en agua, el mijo y el panizo los solían sustituir, gracias a su menor necesidad en cuanto a la calidad del suelo y a su resistencia a los calores extremos, especialmente en las zonas del sur de Marruecos. Más allá de los cereales, están ampliamente desarrolladas la horticultura y la arboricultura. En el norte del país, y especialmente en la región del Rif, el clima mediterráneo favorece el predominio de olivares y viñedos, que conforman sus característicos paisajes agrícolas. La zona del Sus, al suroeste, es reconocida por el cultivo del argán, un árbol endémico que da origen al apreciado aceite de argán. Este ha sido usado tradicionalmente en la zona desde hace siglos y ha tenido un valor específico tanto económico como para el equilibrio del ecosistema. En los valles predesérticos y oasis del sur, las palmeras, que son muy resistentes, proporcionan una gran variedad de dátiles, presentes a lo largo de la historia y con un importante papel en la alimentación y economía tradicionales. También actúan como capa protectora para las huertas familiares donde se cultivan una gran variedad de productos: verduras y frutas, entre otros. Los dátiles se pueden comer frescos o deshidratados y de su calidad ya se hacían eco los textos medievales.
Claudia Patarnello
IEMYRhd—Universidad de Salamanca
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