




Mediterránea al norte, sahariana de sur a este, montañosa y mesetaria al noreste, Marruecos remata sus bordes con una extensa fachada atlántica en todo su occidente. En su interior, la pronunciada, elevada y compleja cordillera del Atlas articula una rica composición de elementos, que se combinan con climas diversos propios de latitudes a caballo entre lo tropical y templado cálido. Se ofrecen así paisajes desde muy fríos a muy calurosos, desde los extremadamente áridos y secos a los bastante húmedos.
Los grandes desniveles y diferentes roquedos, unidos a variadas orientaciones permiten numerosas respuestas geográficas en un extenso país que es, al mismo tiempo, muy marítimo y muy de interior. Llanuras y fondos aluviales, bajos y medianos, litorales e interiores; depresiones salinas; sierras, valles y altiplanicies, montanos y submontanos, con cañones, gargantas y desfiladeros; corredores fluviales; largas dorsales montañosas, culminantes, destacados picos y cumbres, nevadas o no, componen tanto un conjunto orográfico con extensiones muy evidentes por sus rasgos manifiestos, con ricas panorámicas, como enclaves resguardados o casi ocultos, de pequeños a diminutos, dignos de aventuras viajeras que permitan descubrir detalles y alimentar vivencias.
La flora y la vegetación tapiza con abundantes respuestas ambientales este soporte físico. Desde formaciones de carácter oceánico y mediterráneo, con bosques densos, puros o mixtos, relictos o amanerados (abetos, cedros, pinos, robles, encinas, etc.), hasta otras áridas y desérticas, con desiertos arenosos, estepas herbáceas, arbustivas o arboladas (acacias, arganes y plantas específicas de medios particulares), alternan con paisajes agrícolas centenarios de campos de cereales, olivares, viñedos, frutales y huertas.
Juan Javier García-Abad Alonso
Universidad de Alcalá