2. Bereberes y amaziges
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3. Marruecos: geografía de contrastes
3. Marruecos: geografía de contrastes
4. Un clima diverso
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5. La naturaleza y sus cultos
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6. Antes del islam
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7. Del norte de África al Mágreb
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8. El territorio y la preservación de las lenguas amaziges
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9. Los nombres de la tierra
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10. Cultivos y productos
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11. La gestión tradicional del agua
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12. El agadir: granero colectivo
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13. Organización política y social
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14. Rutas hacia el sur
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15. Rutas hacia el norte
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16. Arte y simbología
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17 y 18. Los Ziríes de Granada
17 y 18. Los Ziríes de Granada
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3. Marruecos: geografía de contrastes

Mediterránea al norte, sahariana de sur a este, montañosa y mesetaria al noreste, Marruecos remata sus bordes con una extensa fachada atlántica en todo su occidente. En su interior, la pronunciada, elevada y compleja cordillera del Atlas articula una rica composición de elementos, que se combinan con climas diversos propios de latitudes a caballo entre lo tropical y templado cálido. Se ofrecen así paisajes desde muy fríos a muy calurosos, desde los extremadamente áridos y secos a los bastante húmedos.

Los grandes desniveles y diferentes roquedos, unidos a variadas orientaciones permiten numerosas respuestas geográficas en un extenso país que es, al mismo tiempo, muy marítimo y muy de interior. Llanuras y fondos aluviales, bajos y medianos, litorales e interiores; depresiones salinas; sierras, valles y altiplanicies, montanos y submontanos, con cañones, gargantas y desfiladeros; corredores fluviales; largas dorsales montañosas, culminantes, destacados picos y cumbres, nevadas o no, componen tanto un conjunto orográfico con extensiones muy evidentes por sus rasgos manifiestos, con ricas panorámicas, como enclaves resguardados o casi ocultos, de pequeños a diminutos, dignos de aventuras viajeras que permitan descubrir detalles y alimentar vivencias.

La flora y la vegetación tapiza con abundantes respuestas ambientales este soporte físico. Desde formaciones de carácter oceánico y mediterráneo, con bosques densos, puros o mixtos, relictos o moldeados (abetos, cedros, pinos, robles, encinas, etc.), hasta otras áridas y desérticas, con desiertos arenosos, estepas herbáceas, arbustivas o arboladas (acacias, arganes y plantas específicas de medios particulares), alternan con paisajes agrícolas centenarios de campos de cereales, olivares, viñedos, frutales y huertas.


Juan Javier García-Abad Alonso

Universidad de Alcalá

 

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